jueves, septiembre 08, 2016

ESTÍO

El calor le agota.
            No, no es que se canse más rápido cuando hace algo; se agota incluso con sólo despertar tras largas horas de sueño. Deshidratada, con la piel pegajosa por el sudor, sin el mínimo ánimo de hacer absolutamente nada, ni siquiera pensar; el calor le agota.
            Hay pocos momentos en el día en lo que se siente cómoda; serán acaso unos cuantos minutos después de tomar una de las al menos cinco duchas que siente necesidad de darse al día: recién despertada, para librarse del sudor nocturno; después de desayunar para librarse del sopor que le dan los alimentos; poco antes de comer, para librarse del sudor de la mañana; después de una siesta, para librarse del sudor que le produjo el sueño y, finalmente, antes de irse a dormir (con las ventanas abiertas y el ventilador a todo lo que da), para poder conciliar el sueño con el cuerpo fresco.
            Como todos los días, baja a la playa después de tomar su segundo baño. Como todos los días, busca una sombra bajo alguna palmera y, como todos los días, toma nota mental de cuántas menos hay en relación al día anterior.
            Como todos los días, destapa la primera de las ene cervezas que consumirá a lo largo del día. Como todos los días, suelta la cadena de la pequeña perra que le sigue a todas partes (sí, incluso durante las múltiples duchas diarias) y la ve alejarse, saltando para minimizar el contacto de sus patas con la arena caliente, hasta sumergirse en el mar.
            No le gusta el mar; el agua salada refresca el cuerpo sólo momentáneamente, cuando sale, conforme va secándose, puede sentir como se forman costras saladas en su piel, dejándola pegajosa. No le gusta la playa; caminar sobre la arena caliente (incluso de noche) es desagradable, cuando se tumba, puede sentir los granos metiéndose hasta el último orificio de su cuerpo. Tal vez, se dice, esto podría solucionarse si decidiera usar algo de ropa... Pero es tan cómodo no tener que preocuparse de qué usar día a día y, sobre todo, librarse del incómodo sujetador.
            Sobre todo, no le gusta el calor estival.
            Como todos los días, enciende la radio y sólo escucha estática. Cómo todos los días, se permite un momento para preguntarse cuánto faltara para que, finalmente, la electricidad se vaya para siempre.
            Y, antes de que la perra regrese, mojada y cansada después de chapotear en el océano, destapa su segunda cerveza y se recuesta en la sombra. Como todos los días, la última mujer viva sobre la Tierra se permite una sonrisa efímera.


Mario Stalin Rodríguez

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